La noche de San Juan (Día 4 del Reto "52 Relatos")

La noche de San Juan
Era la noche de San Juan, toda la ciudad y la costa estaba abarrotada de gente, todo el mundo estaba de fiesta, pero nada de eso importaba para David, un joven tatuador que deambulaba por las callejuelas de su ciudad. Claro, que quizá sea mucho decir eso de que “nada importaba”, ya que, en realidad, David estaba aterrorizado, sudando, corriendo y mirando hacia atrás cada pocos segundos, huyendo.
¿De quién huía él, si se puede saber? Pues, sinceramente, era un misterio. Esos hombres vestidos de negro le habían estado persiguiendo desde que salió del estudio, pero no era capaz de descubrir ni quiénes eran, ni el motivo de que le siguieran. Sin embargo, algo sí tenía claro, no querían ofrecerle un seguro para su máquina de tatuar.
Era su propia ciudad, las calles que recorría cada día, sabía exactamente dónde estaba su casa y dónde se aglomeraba la gente, a qué lugar ir para refugiarse en caso de que todo empeorara, pero, sin saber por qué, acabó en callejón sin salida ni puertas o ventanas por las que colarse.
-Te pillamos.
-Aquí estás.
Ahí estaban, justo detrás de él, podía ver sus sombras hacerse más y más grandes en el suelo pobremente iluminado por la luz de una farola medio fundida. No iban con las manos vacías, no, llevaban armas: Uno de ellos sostenía en su mano derecha lo que parecía una tubería oxidada, con un ancho suficiente como para partir un hueso de un solo golpe; otro de ellos, sin embargo, había elegido algo más tradicional y friki, un bate de béisbol rodeado de alambre metálico; pero, el más peligroso, no obstante, era el que no había hablado, el que parecía el líder de los tres, que sólo portaba un pequeño revólver en su mano izquierda.
-¡¿Qué es lo que queréis?! ¡Dejadme en paz! -Gritó David, mirándolos desde el límite del callejón.
-Oh, no es nada personal, digamos que tienes rivales muy peligrosos, y no les gusta que comparen vuestro trabajo.
Y, sin darle tiempo para reaccionar, dieron un paso adelante y se lanzaron corriendo hacia él, no así el líder, que levantó su revólver y le disparó en el hombro izquierdo, haciéndole caer al suelo y marearse, nublando su vista. Pero no era eso lo peor, era el pensar que sus dos compañeros iban a llegar en cuestión de segundos.
Este era el fin.
De pronto, cuando todo se había vuelto negro, cuando ya no quedaba esperanza, cuando todo se había perdido, David sacó todo su poder y les mostró a esos malnacidos que quienes estaban perdidos, eran ellos. Un enorme halo de luz le rodeó a él y a su pequeña máquina de tatuajes, escondida en el interior de su bolsillo, haciendo que esta creciera hasta ser de su mismo tamaño y, en ese momento, descomponerse en piezas que se iban adhiriendo al cuerpo de él, como una brillante y poderosa armadura.
No creo que haga falta que cuente cómo terminó aquella noche, pero os diré algo, David abrazó a su hija y durmió plácidamente hasta la mañana siguiente, como si nada hubiera pasado.

¿Que quién soy yo? Digamos que… un mero espectador hecho de metal.

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